Han sido años difíciles, no tengo que ni ahondar en ello porque todo el mundo lo sabe. Literalmente, todo el mundo. El estado general de las cosas se transforma en vivencias personales que pueden ser desde trágicas a heroicas, frustrantes o inspiradoras…  La mía hasta el momento no tiene nada de trágico ni heroico, pero no deja de tener complejidad el asumir el liderazgo de una empresa mediana en Chile, en ese interesante lapso de tiempo entre el llamado estallido social, una pandemia e incertidumbre por la inflación.

Muchas cosas pasando

A luz de los eventos, opté por tomar un emplazamiento que me hizo un amigo hace unos meses cuando leyó una columna que hice hace un tiempo. En ella expuse que la cultura ha sido fundamental para el éxito humano como especie, dado que es esencial para la colaboración, y propuse que ésta es crucial para hacer empresas más competitivas y, que el Incentive Marketing, era una gran herramienta para ello.

Este amigo, un Ingeniero Civil Ambiental, gran promotor de la sustentabilidad y a quien admiro, respeto y quiero mucho, dijo que le había gustado la columna, pero que le hacía ruido que, en una columna de cultura y cooperación, mencionara reiteradamente el concepto de “empresa competitiva” como sinónimo de exitosa. Mi breve respuesta pareció haber sido satisfactoria ya que respondió “ahí tienes tema para otra columna”. Así que aquí está.

Mi idea acá es recuperar la palabra “competencia” o al menos distinguir entre tipos de competencia, o quizás incluso postular que competir no es el antónimo de colaborar.

Resulta que cuando vemos la final de un Grand Slam de tenis, una carrera de 100 metros planos clasificatoria para las próximas Olimpiadas o una simple pichanga con amigos, estamos ante la presencia de competencia, y generalmente no le atribuimos a esas actividades las mismas cualidades negativas que cuando una empresa compite con otra.

En el colegio jugué rugby. El rugby no es sólo un deporte que reúne la combinación de una buena cantidad de reglas, con estrategia, habilidad y fortaleza, sino que además cuenta con una cultura especial.

Colaborar para competir

El esfuerzo colectivo por sobre la individualidad, el fair play y los terceros tiempos donde se comparten cervezas con el contrincante, son prácticas comunes. ¿Se puede jugar rugby con una pelota de baloncesto o con un casco de ski? No sería el mismo deporte. Para poder competir en estos deportes, necesitamos un nivel de colaboración; someternos a un grupo de prácticas, de valores, de criterios y de códigos. Se compite y se colabora. Creo que pasa lo mismo con los negocios y la sociedad en un sentido más amplio. Existe competencia que a la vez es parte de una colaboración muy amplia y compleja.

Una empresa no puede crear, transmitir y captar valor sin estar inmersa en una red de servicios, instituciones, personas e interacciones entre todas las partes, que cumple con reglas de colaboración. Por ejemplo, las personas de una empresa necesitan comunicarse, trasladarse, alimentarse, y todas esas actividades ocurren desde elecciones personales o colectivas frente a una oferta competitiva de productos y servicios presentes en un mercado que, a la vez, es una forma de colaboración amplia y robusta.

Por otra parte, si SAWA no tuviera competidores (ya sea empresas que ofrecen parte de los servicios que entregamos, o los mismos clientes que interiorizan sus prácticas de incentivos y gamificación), no tendríamos suficiente impulso para esforzarnos e innovar cada día para ser mejores. Si con nuestra creatividad, esfuerzo y trabajo coordinado logramos construir un mejor servicio, ganamos todos. Si llega una empresa que lo hace mejor que nosotros, vamos a tener que esforzarnos y/o diferenciarnos más.

Por supuesto que existen competencias más colaborativas que otras. Sabemos que existe corrupción, colusión y muchísimas malas prácticas en nuestra sociedad. Lo importante, a mi juicio, es saber distinguir la “buena competencia” de la “mala competencia”. Distingamos, protejamos y valoremos el fair play en todos sus ámbitos.

La competencia no sólo existe entre empresas, sino que también entre las personas de una misma empresa también. De nuestros análisis de productividad, hemos visto una y otra vez cómo el quintil de mayor productividad de una población laboral tiene rendimientos 2, 3, y hasta 10 veces mayor que el promedio. Ahí existe una lógica competitiva, pero no nociva per se. De hecho, lo que generalmente distingue a estos grandes trabajadores o vendedores, no es otra cosa más que la actitud y la motivación. Estar en la cima, ser mejores, superarse es un estímulo para ellos.  A eso se dedica SAWA, a lograr competencia sana entre colaboradores, reforzando valores, hitos, logros, y buscando llevar los principios de la motivación y superación también a los rendimientos medios y bajos, con una metodología sistemática de estímulos segmentados y oportunos. La competencia y el fair play son elementos centrales de la gamificación y los incentivos laborales.

Hoy estamos frente a un desafío planetario que requiere un nivel de colaboración enorme, uno que antes de la pandemia jamás existió. Requiere que no sólo pensemos en nosotros mismos, sino que en la colectividad. Esto está creando una cultura planetaria, pues es necesario cuidarnos para no volver a encerrarnos durante meses o años.

En SAWA soñamos con alguna vez poder poner en acción los principios de la gamificación, incentivos laborales, colaboración, competencia sana y fair play, para movilizar conductas de millones de personas, a favor de causas tan importantes como la salud o la educación.

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